miércoles, 30 de julio de 2008

EN LA MOCHILA

“Desde luego, si hace bueno mañana, desde luego – dijo la señora Ramsay-. Pero habrá que levantarse con el alba – Añadió.

A su hijo estas palabras le causaron un gozo extraordinario, como si asegurase que la excursión se llevaría a cabo sin falta y que tan solo mediaban, pues una noche oscura y una jornada de mar para poder alcanzar al fin aquel prodigio con el que le parecía haber estado soñando durante toda la vida…”


"Al Faro" Virginia Woolf

Planifico el encuentro en lugares remotos, imagino la partida, el transporte y la llegada al lugar de destino.

Catedrales, plazas y palacios; personajes, guerras y conspiraciones. Me hago una idea previa, que condicionará para siempre la imagen que grabaré en mi memoria.

Llevo en la mochila un sin fin de recuerdos de mis viajes y excursiones. Los llevo mezclados con los futuros destinos, esos que aún no han podido impregnarme.

Viajes que aún me ilusionan, los he recorrido en etapas imaginarias durante días de pesadillas y noches de insomnio.

Sentado en la terraza, mientras escrudiño el paisaje que intenta aparecer tras la niebla que ya a estas horas levanta, vacío mi mochila sobre mis recuerdos, los encuentro, unos confusos y lejanos, mientras otros aparecen limpios y sin interferencias.

Al principio los ordeno y voy clasificando, pero ya desde el inicio comienzo a no saber como ir agrupándolos, no se donde dejarlos.

Me gusta cerrar los ojos e imaginar escalas que se convierten en destinos; jamás reviso las rutas, ciudades, castillos, jardines, catedrales y palacios; únicamente continentes que albergan centenas de miles de vidas pasadas, futuras y actuales; plazas por seres cotidianos transitadas, mercadillos sin pretensiones comerciales, únicamente el calor del cruce de una mirada.

Tengo el baúl repleto de destinos geográficos y corporales. Viajes por cientos de veces soñados, idealizados, y en cada sueño revivo un viaje diferente.

Respiro profundamente, abro los ojos y tomo un sorbo de tradicional reposado…..

Llego a lugares que me sorprenden de inmediato, sus aromas, sus colores, sus ruidos y voces; gestos, miradas, vaivenes corporales en aeropuertos y estaciones.

Voy aprendiendo a relajarme, a no tener prisa por embutirme en culturas diferentes. Siempre llega ese detalle, ese sonido, aquel sabor que me atrapa, esa palabra que me impresiona.

Renuncio a las rutas típicas de las guías de viaje, y todo vale la pena aunque simplemente sea por aquel “gracias señor” de una niñita a la que le di unos pesos en la plaza de Guadalajara, o por una conversación tras los ventanales de un café de la ciudad más hermosa de la Isla. Me gusta posarme y no moverme, escuchar clandestinamente conversaciones, perseguir rostros, aspirar fuerte del cigarro y en una bocanada de humo sentirme ciudadano.

Si te fijas bien hay inmundicias en esta Isla que merece la pena vivir, aunque por ello tengamos que perdernos la visita a la más majestuosa de las catedrales.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me emociona lo que se desprende de tus palabras, mi querido amigo; doy gracias al cielo y nuevamente a México por haberme proporcionado una persona de tu alto nivel de calidad humana, por sentir que vale la pena venir todos los días a la oficina, aunque sea por el mero hecho de contar con tu presencia; por sentirme querido y comprendido.

Los pilares de nuestro espíritu forman parte de la misma estructura y aunque la forma de nuestras ideas parezca diferente, es solamente una sensación superficial, porque yo también siento que no importa perderse la visita a una catedral.

Espero estar a tu altura y corresponder a tu amistad como te mereces y brindo contigo alzando mi caballito de tradicional reposado.

Nepantla.

Anónimo dijo...

Cuando preparo mi equipaje la ilusión me embarga. Me excita pensar cómo será mi lugar de destino, sus gentes, sus calles. Me produce placer el olor de los lugares a primera hora de la mañana, tan distintos en unos sitios y otros. Me gusta tocar las viejas piedras de catedrales y castillos, andar por donde hace siglos caminaron gentes desconocidas. A veces me parece que sus vidas llegan a mí, que me transmiten su energia, sus vivencias.
Me doy cuenta que viajar es vivir una y mil vidas y, al cerrar mi libro, sentada en el sillón una sonrisa aparece en mi rostro.

Anónimo dijo...

Si la m ochila tiene espacio para tanta añoranza, si al cerrar tus ojos ves aparecer ante ti tan real esa esncia donde la huella quedo marcada o en ti gravada a fuego, lugares espacios y mucha esencia de esas personas cercanas a ti,me da que esa añoranza tiene un sentido por lo vivido y ahora anda esfumada o perdida como humo de cigarro.

saludos