domingo, 25 de julio de 2010

Maldito Chaman


Hotel room Edward Hooper
Maldito chaman, llevo recorriendo la kingsize durante horas y no encuentro el sueño, aparecen bostezos, fumo un cigarro y me acuesto, así en una noria continua y llega el momento que no hay corderitos que contar. Vuelvo a la cama y siento la sensación de Crusoe antes de que arribara Viernes a la isla.

Me dan las siete sentado frente a la ventana y aún una luz en la azotea de un edificio lejano manda mensajes en Morse, antes de que la primera luz del día sobre el bosque de Chapultepec la haga desaparecer.

Huevos ahogados en salsa de chipotle, frijoles y tocino, dos vasos de jugo de naranja, café con crema y un cestillo de panecillos.

Examino adormecido el arte que tiene el mexicano en el desayuno y me quedo embobado observándoles. Es un “don”, algo genético, cultural; disfrutan el desayuno ojeando el diario, conversan, mueven la comida colocándola en el plato, tomándose el tiempo adecuado y necesario para preparar el siguiente mordisco, afinando el ritmo exacto entre la palabra y el bocado.

Eligen perfectamente las distintas cosas en el plato y las miman, haciendo del desayuno el momento más agradable del día.

Consigo dormir apenas dos horas antes de disfrutar de una ducha de las que hacen historia, disfruto el agua hasta que los dedos se arrugan.

Comemos en el Hooter, sobre Insurgentes sur, a unas cuadras de donde tendremos la junta por la tarde. Sin comentarios sobre las meseras y menos mal que las chelas sofocan los efectos de la salsa Chernobil que acompaña las alitas.

Durante la junta descarga el aguacero sobre DF, que ha dejado las calzadas anegadas, truenos que incluso a Tlaloc hacen guarecerse.

Los carros hacen saltar los charcos en el asfalto; entre pasos elevados y el ordenado caos de cruces y semáforos transitamos tras una caravana de colectivos de parada continua, asombrado con la técnica desarrollada por los defeños para subir y bajar en marcha, sin sufrir ningún percance. Da igual la edad o el sexo, el numero de pasajeros; suben y bajan al camión sin que este llegue a detenerse totalmente.

Casas coloniales que en su día habitaran Frida Kahlo, León Trotski o Diego Rivera en Coyoacan, donde parece que se esté en otra ciudad, casas de estilo colonial con fachadas de colores que sobreviven al asfalto.

Paseamos por la plaza del Centenario, con el suelo aun mojado, arriates con árboles y aligustre, rodeados de bancos de hierro forjado donde un chavo afina la guitarra o una pareja mece un carrito.

Ojeo la carta, jamás supuse que podían existir tantos tipos de mezcal; al preguntar al capitán para que me recomendara, este me descubre una cultura mezcalera inimaginable de los distintos tipos de licores destilados en función del tipo de planta, de las mas pequeñas y agrupadas, las que crecen entre las rocas y otras de hoja mas abierta.

Sentado en la terraza del “Corazón del Maguey” el mesero me trae un platillo de chapulines, aguacate y tortas, descubriéndome de nuevo los olores y sabores específicos del mezcal que me sirve.

México vive en las plazas y calles, haciéndose una tarea difícil describir todas y cada una de las vidas que franquean la plaza, permanecen, hablan, saludan y abrazan, pues México abraza dulce en cada espacio.

La vela centellea y hace resplandecer el mezcal proyectándo sobre la madera de la mesa una luz dorada.

Anochece en Coyoacan y comienza a relampaguear, apuro la bebida y pido la cuenta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado esta manera en la que muestras a los mexicanos y su ciudad DF, que varias veces me ha acogido y que la recuerdo con tanto cariño.
Gracias por dejarme descubrir esta parte tuya que no conocia.