“Un perro muerto es más silencioso que una casa en una llanura, que una silla en una habitación vacía”
PER PETTERSON “Yo maldigo el río del tiempo”
¿Desde cuando están indiferentes y desidiosos, inmóviles, con la mirada perdida en ningún sitio, inconcreta y borrosa por unas cataratas rocosas? Salpicados de motitas negras, estáticos, plantados en la repisa, los búhos parecen interrogarme, traspasando su única función meramente decorativa y se toman por su cuenta el derecho de encuestarme sobre mi existencia.
A mis casi cincuenta, cuando ya he aceptado el papel que otros me han asignado, cuando he aprendido a escuchar la música que otros tocan y los segundos planos son los salones por donde transito y me desenvuelvo; ahora, en la mitad de mi vida descubro que me gusta cruzar miradas, repletas de lujuria, con hombres a los que antes no habría prestado atención por el temor a descubrir que no produzco deseo.
Y en el silencio me hallo en otros universos, aprendiendo a quitarme el sentimiento de culpabilidad, cuando él me acaricia y yo no le respondo, pues prefiero rememorar los besos del otro distinto al que me comprometí hasta la muerte.
El autobús intenta devolverme a la repisa y me resisto a que la cabeza vuelva a obedecerme. Siento la piel, mis labios, las piernas, porque el mundo es algo distinto a la estantería plagada de libros y atestada de figuritas, ornatos y composturas, porque no admito que “la humedad es algo que se seca y se olvida”